lunes, 28 de marzo de 2011

LA GUERRA DE LOS HERMINIOS

La Guerra de los Herminios

En perfecta formación rompían las olas cien trirremes, perfectamente formadas. El mar estaba calmo y, aun con las modificaciones de Balbo, el ingeniero que el ejército transportaba para sus obras, había partido la flota desde Gades para llegar a las costas de aquella pequeña Galia.

La nao capitana abría la marcha, cabeceando contra la brisa suave del amanecer, que se respiraba cuando aún la claridad de Hélios no despuntaba en el horizonte. En su popa, el perfil de un comandante romano, con una corona cívica en su inexperta cabeza, ya con acusadas entradas en el hirsuto cabello negro, corto y rizado, y un manto púrpura, señal de noble cuna, sobre la coraza de plata y cuero repujado.

Allá a lo lejos se comenzaban a distinguir la silueta de las tres islas, no demasiado despegadas de la escarpada costa de Erizana, donde se habían refugiado aquellos lusitanos. El comandante dio una señal, y todas las naves desplegaron sus enormes velas cuadradas, con unas letras bordadas. SPQR. El Senado y el Pueblo de Roma, señal de las victoriosas legiones de aquel imperio lejano. El viento entró en las velas, desplazando, aún más rápidamente los trirremes, mientras los remeros descansaban aliviados.

Se escuchó una trompa, señal inequívoca de que los herminios habían descubierto la flota que se les venía encima. Poco importaba ya. Un lancero repartía lumbre a los pebeteros que rodeaban la borda de estribor. Allí encenderían sus flechas los arqueros, que con una lluvia de fuego arrasarían la playa, para que las tortugas de legionarios pudieran tomar posiciones.

-A mi señal, ira y fuego - susurró a su ayudante el comandante. El santo y seña corrió por todas las naos. La primera gran batalla del más joven de la gens (familia, TdA) de los Julios estaba a punto de comenzar.


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Roma. Año 61 A. C.
Senado de Roma. Discurso de Marcio Publio Catón.
Trascripción del latín de los archivos originales, hallados en la Biblioteca del Vaticano.


Senado de Roma. Padres conscriptos de la Patria. Príncipe del Senado, noble Escauro, os saludo.

Os hablaré, nobles caballeros de roma, de uno de nosotros. Uno cuyo linaje familiar presume de ser descendiente directo de la diosa Venus. Una familia que toma casi en mofa, el nombre del hijo del héroe Eneas, Iulo, en su denominación. El sobrino de los dos grandes tiranos de nuestro tiempo: Sila y Mario. El conocido como Cayo Julio César.

Como todos sabéis, buenos senadores, ese joven tiene una reputación granada. No he de mencionar aquí, padres conscriptos, que por toda Suburba se extiende la contabilidad de cuantos lechos ha mancillado ese joven César. Hombres y mujeres. Casadas y vírgenes vestales. Nada se escapa a su necia lujuria. Tampoco es menester, noble Cicerón, que os diga las enormes sumas que debía a los prestamistas en Roma, hasta que el noble Craso, con… ¿magnánima? bondad lo liberó de sus cargas, para pasar a ser su cliente.

No es preciso que os mencione todos los gestos de sobrada liberalidad que ha tenido tanto en sus cargos en Bitinia, donde sabemos que llegó a cultivar una entrañable amistad con el rey Nicomedes, como en la propia Roma, donde costeó el entierro de su tía Julia, y realizó numerosas obras públicas de su propio erario.

Incluso, en acción heroica, costeó una flota para vengarse de los piratas que secuestrándole le ofendieran, en la costa de Asia. Hecho por el cual, en su vanidad y egocentrismo, le premiasteis con la corona de roble que, por pura presunción, siempre y en toda circunstancia, porta.

No seguiré, padres conscriptos, enumerando las necias bravatas y los enormes estipendios que a costa de graves préstamos ha realizado el joven César. Son todos hechos conocidos, no seguiré en su descripción. Cayo Julio César está arruinado, es de conocimiento público. Ese muchacho sabe que al volver a Roma, los prestamistas le acosarán, y que pueden llevarlo a los tribunales por impago.

No os extrañará, por tanto, que os cuente que el joven César, ciudadano por otro lado brillante, haya tenido la ocurrencia de provocar una guerra en Hispania, al mando de su prefectura, para lograr acumular riquezas y botines con que volver a Roma y aplacar a sus acreedores.

Nos os resultará extraño, por consiguiente, que el gobernador de Itálica me haya enviado una carta –ésta carta- donde alerta del comportamiento del nuevo prefecto, Cayo Julio César, que con la excusa de ayudar a los pueblos del sur de Tagus (Río Tajo TdA), ha reunido un considerable ejército, y perseguido a la tribu hostil de los Herminios, más allá de la provincia romana, atravesando el río Duero, y llegando a los márgenes de zonas inexploradas.

Julio César debe ser llamado al orden. Cayo Julio debe ser traído aquí, a Roma, y ser juzgado por un tribunal por tratar de enriquecerse de forma personal gracias al ejército romano. Cayo Julio César debe ser amonestado por el Senado de Roma, y esa guerra ilegal detenida inmediatamente.

He dicho.



Del Diario de Mando de Cayo Julio César.
(Traducción libre del Autor)


Amanece prontamente.

Las cien naves están varadas en la playa, mientras que los soldados levantan unas empalizadas en un pequeño alto sin vegetación, y cavan trincheras donde se creará el campamento de campaña.

Los herminios se han hecho fuertes en lo alto de unas escarpadas rocas, y dados sus numerosos dardos y honderos, no va a ser tan barata la victoria, como previamente se podía esperar.

El acceso a la playa fue más sencillo de lo esperado. Nuestros arqueros limpiaron rápidamente la playa de enemigos, que como aguardaba, temían al fuego tanto como a la muerte.

Media cohorte realizó la formación de testudo (Tortuga TdA), y eliminó los restos de resistencia que aún se batían en una loma próxima.

 Han caído más de ciento cincuenta de sus hombres, y yo solamente cuento con tres heridos sin excesiva gravedad.

Construiremos un campamento fortificado durante el día de hoy. Aunque no calculo más de cuatro días para vencer a estos bárbaros, la previsión defensiva merece la pena. De comandantes confiados y de batallas victoriosas de antemano están las urnas funerarias repletas.

Estos lusitanos, más algunos celtas que se les han unido, forman un cuerpo de frente magnífico. En lucha inter paribus (Cuerpo a cuerpo TdA) son encomiables, pero carecen de organización tanto como exceden de motivación. Una estrategia limpia y no cometer errores graves deben bastar para alcanzar la victoria.

La moral de la tropa está alta. Todos confían que tras esta batalla en las Islas Cica (Islas Cíes, TdA), la vuelta al campamento de Balcagia sea una celebración. La tierra es fértil, los indígenas no nos son hostiles, y por doquier abunda la comida e incluso una especie de vino casero. Las mujeres de la comarca de Erizana son hermosas y eso ayuda a elevar el tono anímico de la tropa.

Dentro de tres semanas, si todos mis cálculos son exactos, devolveré a tiempo la flotilla al Gobernador de Gades, sin apenas bajas, y con un considerable botín.

Venus Victrix. (Venus Vicoriosa, TdA)


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Carta hallada en el Archivo del Duomo de Regio di Calabria (Italia)
(Traducción libre del autor)


Del Decurión Tito Salustio Mola a su amigo Marco Tulio Caprio.

Ave, hermano Marco Tulio.

Como sabes, me hallo al norte de Hispania. No podría especificarte la zona, ya que no hay mapas que revelen nuestra posición. Como tú ya serviste en esta provincia, quizá si te digo que estamos a cuatro marchas al norte del río Duero, quizá sepas nuestra localización.

Estamos una región que llaman los indígenas de “Erizana”, a media jornada de un río algo menor al Duero, por lo que los geógrafos que porta nuestro comandante le han llamado Minor (traducido como Río menor actualmente llamado Río Miño, NdA).

 A esta tierra se la conoce entre los comerciantes de la Bética, los únicos que se habían aventurado por aquí, antes nuestra, como la Pequeña Galia (la pequeña Galia es la traducida como Gallaecitia o Gallaecia, la región comprendida por la Galicia actual, mas el Norte de Portugal, el Bierzo Leonés y Asturias Occidental NdA).

Comenzamos esta campaña, sin embargo al sur del Tagus, donde la Novena Legión partió, junto con el comandante, a sofocar los saqueos de los bárbaros Herminios contra otras tribus lusitanas aliadas. Los Herminios, al parecer, se vieron incapaces de enfrentarse a campo abierto, y se retiraron a sus dominios.

 Pero este joven comandante, Julio César, es obstinado y los siguió, se enfrentó a ellos, y arrasó su región. Tras esta victoria, les exigió que se instalaran en los llanos, para acabar con sus campamentos y su posición defensiva que les hacía fuertes para atacar a sus vecinos, pero los Herminios se negaron de plano.

Así los Herminios, siguiendo a su caudillo, uno llamado Mosés, un gigante rubicundo y terrorífico que suele ir vestido con la piel de un león, cual Hércules tronante, se han dedicado a huir al norte con la esperanza de perdernos de vista, utilizando tácticas de guerrilla y tierra quemada para ello.

Habían quemado los puentes y los reconstruimos, para perseguirlos al norte del Tagus, primero, del Duero, después, y más tarde en este río Minor. Acorralados en el valle de Erizana, y expulsados por las tribus celtíberas que dominan la región, se han acantonado en unas islas cercanas, donde se han hecho fuertes.


Al llegar la Novena (legión), ya nos conoces, tomamos todas las naos posibles, incluso barcazas de pescadores, que a tres jornadas pudimos juntar, y nos lanzamos a por las islas de los Herminios. Pero el mar es terrible en estas regiones norteñas y casi deriva en catástrofe. Yo mismo viajaba a bordo de una barquichuela del río Minor que trajimos expresamente, y con el oleaje casi volcamos. Solamente los tres calabreses de los cien que íbamos en la barcaza sabíamos nadar.

Estas escenas se repitieron en casi toda la legión, y Cayo Julio César, nuestro comandante, dio la orden de volver a Erizana, fundar un campamento permanente para que diez cohortes tomaran control de la zona y aislar por tierra a los herminios. Mientras, el volvería a Gades y en cuanto despuntara el final del invierno, partir desde allí con una flota decente para trasladar a las tropas.

Las primeras flores han despuntado en los campos de Abohriga (así bautizamos a nuestro campamento, en una broma por el crudo y lluvioso invierno que nos encontramos en estas tierras; un verdadero infierno) y se presentó César con mas de cien trirremes, que nos han puesto en marcha.

Como decurión de la séptima cohorte, sabes que durante este invierno he mantenido el orden y la disciplina, y que las armas de mis hombres están afiladas y prestas, y puedo decir lo mismo del resto de la media legión que se quedó acantonada en el campamento.

Ahora parto para las Islas Cica, y pronto entraremos en combate. Os escribiré a la finalización de la campaña, para comunicaros mi regreso o mi deceso por mano de algún compañero. César nos ha prometido permisos si acabamos de una vez con los Herminios, y la moral de la tropa es alta.

Da recuerdos a mi esposa y a mis hijas, Casia y Leta, y reacuérdales a las pequeñas, que ya deben ser unas mujercitas, que pronto espero poder abrazarlas. Que ayuden a su madre y lleven el cognomen (apellido, TdA) de su padre con honor. Aguardo con impaciencia verlas, con todo el amor del mundo, después de estos cuatro años en Hispania. Recibe tú también mi más cordial abrazo, de tu hermano en la Legión.

Ave atque Vale (Hola y Adiós TdA).

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Del Diario de Mando de Cayo Julio César.
(Traducción libre del Autor)


La Victoria es una mujer caprichosa, los griegos hicieron bien en cortarle las alas para que no huyera a los brazos de otro.

La Victoria se resiste a Cayo Julio César. En la mayor de las Islas Cica hemos expulsado a los Herminios, que tan solo resisten en un acantilado con una roca con forma de elefante (mis geógrafos la bautizaron como Elefantina).

Tras tres días de ataques y asedio continuado, los Herminios están desesperados. Apenas tienen víveres y agua potable. Han perdido más de la mitad de sus guerreros. Los niños y mujeres que he tomado como prisioneros en su campamento se cuentan por cientos. Su moral es pésima y, sin embargo, de esa flaqueza sacan fuerzas prodigiosas.

No les he dado opción a rendirse honorablemente. No puedo. Tras perseguirlos por Hispania, ya no queda otra que enfrentarse a la aniquilación. Pero la victoria no cae del lado de César, y sé que el Gobernador de la Bética conspira contra mí.

No hay demasiado tiempo. Llevamos una jornada asaetándolos de continuo, hasta la extenuación de mis arqueros. Esta noche no los dejaremos dormir, lanzando breves escaramuzas para minar aún más su moral.

Al amanecer, enviaré un escuadrón ligero con órdenes claras: victoria sin prisioneros.

Delehenda est Herminium (“Los herminios deben ser destruidos”, frase modificada que parafrasea una famosa cita de Catón el Grande TdA)



 
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Mosés yacía, desnudo y yermo entre las rocas. La piel de león, que portaba por encima de su coraza de pieles arrepujadas, fue tomada por los romanos como trofeo de guerra. Sin embargo, otro día más, no han logrado vencernos. No del todo.

Resistimos unos 300 guerreros, de más de dos miles que acudimos a la llamada de Mosés, a resistirnos tras las riberas del Tagus. Hay además treinta mujeres, y unos pocos niños. Los romanos tendrán más de mil esclavos de la tribu herminia, para vender en sus mercados en el sur.

No podemos resistir, todos los sabemos, pero cada vez que una patrulla se acerca, todos luchamos con verdadero ardor. Las mujeres y los niños tiran piedras desde lo alto de las rocas, causando a veces bajas de algunos legionarios. Estamos extenuados, no tenemos alimentos, y gracias a los dioses podemos beber, ya que hay un pequeño manantial en la cúspide del acantilado. Nuestra situación es desesperada. Pero cada día que resistimos, es un día que vencemos.

No deberíamos vivir y sin embargo, estamos vivos.

La muerte de Mosés cayó como un jarro de agua fría sobre los herminios resistentes. No hay posibilidad de supervivencia. No para todos al menos. Los romanos no están haciendo cautivos.

Tomé el mando del grupo, una vez muerto nuestro caudillo. Pero los he llevado a la ratonera. Aún así, siguen confiando en mí.

He trazado el plan, un último plan suicida para tratar de salvar a las mujeres, los niños, y unos pocos jóvenes imberbes que luchan entre nosotros. Que canten esta batalla, en épicas odas, a los hijos de sus hijos, una vez haya concluido, que será pronto.

Hemos construido una barcaza, más una balsa que nave, en donde los elegidos tratarán de huir hacia tierra. El grueso de los guerreros, en una maniobra de distracción (y suicida, cabe decir) atacaremos de noche y por sorpresa, frontalmente, el campamento de los romanos, para que centren en nosotros toda su atención.

Llegada es la noche. La balsa se hace a la mar, mientras los guerreros ya lucen sus mejores galas, y brillan los aceros en la noche. Hoy cenaré en el infierno, dice uno, junto a mi padre y mi abuelo. Y me sorprendo diciendo: No tan pronto, aun espero de ti que mates muchos romanos, para hacer apetito.

Una carcajada nos da ánimos, mientras descendemos de nuestro refugio en las rocas.


 
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Carta abierta de Cayo Julio César, pretor de la Hispania Ulterior, dirigida al senado de Roma.
Trascripción del latín de los archivos originales, hallados en la Biblioteca del Vaticano.


Victoria!

Los dioses nos han sido favorables. Los Herminios han sido exterminados, en una dura batalla, en las Islas Cica, del extremo sur de la Gallaecia.

La Novena Legión, la llamada Hispana, se ha comportado de manera fiera y valerosa. Apenas hemos de lamentar bajas en nuestras filas, básicamente unos treinta muertos y diez heridos, frente a los más de tres mil guerreros herminios masacrados, civiles a parte.

Los cautivos han sido vendidos en el mercado de esclavos de Malaka (la actual ciudad de Málaga, TdA), obteniendo los réditos cuya tercia parte os envío, tal y como corresponde, para el Ager Públicus (el Erario o Hacienda Pública Romana, NdA). Mi gestor Casca, os facilitará todas las cuentas al respecto.

Os solicito formalmente que se realice un Triunfo por esta victoria, para mí y para la Décima, tal y como corresponde por nuestra tradición. A finales del verano, si dais el visto bueno, acamparemos en el Campo de Marte, para realizar nuestra entrada en Roma.

Dejaré tres cohortes, más sus correspondientes tropas auxiliares, en el campamento de Abohriga, junto a la villa celtíbera de Erizana, como medida de disuasión para los nativos, y como base de operaciones futuras en esa región. Los pueblos del valle son sociables, y muchos nos han solicitado formalmente tratados de amistad con el pueblo de Roma.

Parto con la flota hacia Gades, donde dejaré mi pretura, y tomaremos camino de Roma por el Mare Nostrum (Mar Mediterráneo TdA).

Senado Y Pueblo de Roma. Hoy es un día grande, una nueva victoria engalana los laureles de nuestra ciudad. Nuestros enemigos han sido destruidos.

 Hoc voluerunt (Ellos lo quisieron, TdA).


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Tras una batalla, el señor es el silencio. Tras la batalla de las Islas Cica, final de la Guerra de los Herminios, el silencio en el campamento era aterrador. Los hombres recogían sus aperos, y desmontaban el campamento en profundo silencio.

 Los casi trescientos cuerpos amontonados en la llanura, y que se sumarían en breves a las pilas de miles de muertos quemados los últimos días en piras funerarias nauseabundas, imponían respeto, pues aquellos valientes les habían hecho emplearse a fondos.

Todos recordaban su ataque frontal amparados en la oscuridad, y como las alertas de los vigías rompían su sueño para provocar cierto alboroto. Relativo, pues la disciplina se había hecho patente y tras una muralla de contención de los soldados en guardia y los oficiales, a quién César arriesgó, junto a su propia vida, en primera línea de batalla, escudo y gladius (el gladius hispánicus era la espada corta, arma oficial del ejército romano NdA) en mano, en un primer momento de descontrol.

Pronto media legión, perfectamente formada y equipada, solamente tuvo q dar caza, como conejos, a aquella tropa, que masacraron en algo menos de una hora, de forma eficiente, como era habitual.

Julio César paseaba comprobando el avance del repliegue, felicitando a alguno de los legionarios más bravos en el combate con un pellizco en el lóbulo de la oreja, y animando con su charla a los oficiales que lo acompañaban.

A pesar de que ya se habían hecho varias batidas por las tres islas, César insistió en revisar personalmente el alto acantilado donde habían resistido, por cuatro días, los herminios en combate.

Allí comprobó que un pequeño manantial había surtido de agua durante esos días de asedio a los bárbaros, y comprobó que su falta de provisiones les hizo, de forma desesperada, acudir al canibalismo con alguno de sus compañeros.

También descubrió el enorme cuerpo del cabecilla Herminio Mosés, que hizo transportar en una de los trirremes, para embalsamar, con vistas a ser desfilado y expuesto en su triunfo por Roma.

El cielo se anaranjeaba, y el sol amenazaba con ocultarse en su acuoso lecho, cuando César divisó, a lo lejos, una barcaza rústica que mal navegaba, saliendo de la bahía. Por el perfil de las figuras a bordo, supo que eran algunos supervivientes herminios.

Por primera vez en su vida, dudó. Alrededor suya, los oficiales no parecían haber reparado en la barquichuela, o quizá pensarían que sería la chalana de algún marinero. Pensó que, para completar su trabajo, debía ordenar a algún trirreme que persiguiera y capturara a los fugitivos.

Pero la nave vagaba sin rumbo hacia el poniente, y los supervivientes debían ser mujeres, niños y algún herido, pensó César. Quizá los dioses habían decidido que él no debía aniquilar totalmente a aquel pueblo, y por eso decidió dejarlo estar. Su propia familia, narraba la leyenda, provenía de los supervivientes de la guerra de Troya que los aqueos no pudieron atrapar.

Seguían bogando, poco a poco, cara al atardecer anaranjado. Dejándolos en manos de Poseidón, cedía su destino a las Parcas.

César se echó encima el purpúreo manto, se ciñó la corona de hojas de roble, y comenzó el descenso de las rocas, peligroso por su gran inclinación, con presteza.

Festina, lente! (Apresúrate, despacio, TdA) dijo a su primer oficial, que lo seguía.


 
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Carta privada  de Cayo Julio César, con destinatario desconocido. Incompleta (por deterioro del original)
Trascripción del latín de los archivos originales, hallados en la Biblioteca del Vaticano.

(…)

Mañana dejo Sicilia, y me adelantaré a caballo, hasta Roma. Tengo prisa por reunirme con él.

Craso me recibirá en su villa en Reggium (La actual Reggio di Calabria, al sur de Italia, NdA), hemos de revisar las estrategias políticas a llevar a cabo por ambos, aunque me temo que también tiene prisa por ser el primer acreedor en saldar su deuda. No me importa, tengo para todos y aún sobra, el botín de la campaña ha sido excelente.

Confío en que hayas cuidado de mis mujeres. De Pompeya no espero nada bueno, pero aguardo que no le hayas dado pie a hacer hablar al pueblo. Estoy deseando tener una excusa para deshacerme de esa mujer y de su apellido, que me lastra en su carrera.

Ardo en deseos de tener a Servilia a mi lado. Házselo saber, para que me abra las puertas de su villa en el Tíber (…) haré que le den aviso de mi proximidad a la ciudad.

(…) terribles batallas en el valle de Erizana y sus islas. Los celtas y galos son temibles, pero creo haber aprendido de esta experiencia hasta lo indecible, y algún día podré poner en práctica las lecciones asimiladas contra este tipo de bárbaros.

Seguramente en mi visita, intercambiaré opiniones militares con Cneo Pompeyo. Tengo un gran deseo de conocerlo de forma personal.

(…) si bien difícil, espero que no imposible. Esas leyes son injustas y absurdas, poniendo trabas burocráticas a los que realmente son válidos en la república. Que se me elija in absentia (en ausencia, TdA) no debería perjudicarme, pero ten claro que renunciaré a mi merecido triunfo si es menester, ya que debo crecer en el cursus honorum (carrera política tradicional romana, TdA) rápidamente, mi tiempo apremia.

(…) ¿no sería genial pode apoyarme, de manera conjunta, en Pompeyo y Craso?. El dinero de uno y el poder militar de otro, unidos con mi popularidad e inteligencia política nos harían casi invencibles! Un sueño hermoso, en cualquier caso (…).

(…)

Queda de mí un gran recuerdo en Hispania, tierra hermosa, en la Novena Legión, que parece que quedará sin triunfo, tristemente, si no logro impedirlo, y en el vástago que tuve con aquella celta, Innia, en las pocas semanas que descansé, tras la campaña, en Erizana, y de la que me llegó noticias gracias a Balbo, que me lo comunicó. ¿Te imaginas, un joven con mi inteligencia y capacidad, liderando uno de los pueblos celtas de Erizana? Espero no tener que enfrentarme con mi propio bastardo en un futuro.

(…)

Ave atque vale.

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Notas del Autor:

1- He querido transmitir, en varias ocasiones, oraciones o citas latinas, por lo que he trascrito del original en latín y añadido, posteriormente, notas –NdA- o traducciones –TdA- entre paréntesis.

2- Asimismo, he de comentar que toda la historia narrada se basa en la campaña de cayo Julio César contra los Herminios, en su segunda prefectura en Hispania. Aunque hay muchos elementos de libertad narrativa, he querido ser fiel a los textos, nombres, y disposiciones geográficas de los textos romanos y de la bibliografía del historiador Herminio Ramos.

Algunos historiadores modernos ponen en duda la batalla en las Cíes, llevándola hasta unos islotes en el norte de Portugal, teoría harto dudosa, especialmente en lo referente a la campaña realizada por César. Creo que el enclave geográfico (en las actuales Baiona e Islas Cíes) es totalmente correcto.

3- He querido dejar abierto el final, con una chalupa de supervivientes herminios fugados de la batalla, para dar cabida al viaje legendario del que se afirma:

Unos caudillos celtas huidos de la villa de Erizana, por derrota bélica, apiadados los habitantes de la ría de Teucro (actual Pontevedra)  al verlos tan semejantes a ellos, los guiaron en naves hasta la villa de Brigantium (Betanzos – A Coruña), desde donde embarcaron hacia unas islas secretas en ultramar, para evitar “el exterminio de su sangre”.

No me resistí a dejar este final abierto, para dejar a la imaginación esta travesía de los Herminios, llegando hasta las Islas Británicas, en su versión más clásica, o hasta el continente americano, según las versiones más arriesgadas.

En este último caso… ¿no sería realmente casual y magnífico, que de Baiona partieran, en el 60 AC hacia América unos primeros colonos herminios, y que arribaran por primera vez, en el 1493, los marineros castellanos, con la nueva del descubrimiento?

Por fantástico y legendario, no me resisto a dejarlo anotado, al margen del texto.

El autor.

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