martes, 7 de febrero de 2012

OTRA OPORTUNIDAD / ANOTHER CHANCE

ANOTHER CHANCE  (Roger Sanchez)


Ilusión. Ilusión por comenzar algo nuevo. Por conseguir aquello que anhelas, que sueñas, que dará por fin sentido a esta locura: el giro maravilloso y copernicano de 180 grados que todo ser humano trata de alcanzar para que, como por arte de magia, las piezas del puzzle de nuestras vidas consigan encajar. Ilusión, esperanza, fe.

El viento frío pega en tus mejillas como besos de un muchacho nórdico. Respiras profundamente, llenas los pulmones de ese frío aire que te rodea. Una gran ciudad, nueva, inmensa, brillante, maravillosa. Oportunidades que, anhelas, se abran ante ti. La oportunidad  de cambiar, de conseguirlo todo, de lograr al fin ser feliz. Ilusión es la palabra mágica, el abracadabra de esta letanía.

Quién dijo miedo?. La mala suerte es la excusa de los cobardes. Gente, cientos miles de personas pululan a tu alrededor. Fascinantes, monótonos, grises y coloridos, altos y bajos, chicas chicos, góticos, punk, raperos, yuppies y ancianitas con el bolso en la mano y un bastón en la otra. Diversidad abrumadora. Cada persona con una historia propia, una consecuencia individual de sus caminos, paralelos  y diagonales.

Quieres comerte el mundo. A bocados enormes. Sin cubiertos. Las oportunidades se sirven frías. Comienzas a presentarte: en la calle, en esa fiesta a la que nadie te ha invitado, en el trabajo y en el restaurante donde vas a comer. Tu nombre, que eres nueva en la ciudad. Sonrisa enorme (al menos, lo mas grande posible en tu cara), amabilidad, mirada interesada… Abierta a todo el mundo, a todas las experiencias que aún no has vivido. A la gente que pasa por la calle, por tu lado, por tu vida, y parece tan interesante. A aquella otra gente anodina que sin embargo despierta tu curiosidad. Esta sola en una nueva ciudad, la gran manzana cosmopolita, como una novata en un baile de graduación, esperando que alguien abra para ti las puertas del cielo.

Frío. Extrañeza. Desconfianza. Miedo. Distancia. Hasta repulsión llegas a ver en los ojos, en los rostros, de aquellos desconocidos que quieren pasar por tu vida lo mínimo e imprescindible, sin pararse un instante. Personas con prisa que no saben a donde van, ni mucho menos de donde vienen, pero que temen dejar de pedalear por miedo a caerse, sin darse cuenta siquiera por dónde caminan.

A veces la respuesta es indiferencia, la peor de todas ellas, ya que supone tu absoluta invisibilidad, tu transparencia. Tus palabras que el viento arrastra, desechadas por los oídos a los que iban pronunciadas. Tus miradas perdidas en los pozos oscuros de total indiferencia… ¿a veces desprecio? de los ojos a los que iban dirigidas.

La oscuridad comienza a reinar en la ciudad, y poco a poco en tu ánimo, en tu ilusión, casi casi perdida. La noche va cayendo sobre las torres de metal, cemento y espejos que te rodean, mientras también la angustia, el desconsuelo, la desesperanza se hacen con tu alma, deshinchándola como una pelota de playa. Tu corazón, esa mañana rebosante de ansia, de ganas, de esperanza, se halla ahora vacío, frío, oscuro, desangelado y muy lejos de los sentimientos del amanecer que unos ojos, húmedos ahora, vieron como el comienzo del primer día de tu nueva vida.

La nada es el más horripilante de los sueños. El pensamiento más horroroso para una persona. Nada es la inexistencia, la  ausencia del ser. La falta de sentimientos, de calor, de vida. Ni siquiera caben en ella el miedo, la tristeza o la pena. Nada.

Nada es como te sientes ahora. Sin siquiera pensar en enfado, en rabia, o en frustración. La NADA absoluta, con mayúsculas. Te preguntas cómo puedes pasar de estar del cielo al infierno, y ahora en un limbo de indiferencia, en tan poco tiempo, pero estás demasiado cansada, excesivamente  humillada y hundida como para plantearte dilemas morales.

 La vida tiene sentido? Te planteas…Y sabes la respuesta: si todos los que te rodean poseen la felicidad, menos tú, no vale la pena nada. Pero te asalta una duda… si todos los que te rodean viven un mundo de mediocridad sin llegar nunca a alcanzar la felicidad, el mundo de colores al que quieres llegar, escapando del gris insoportable que es la existencia… si hay un paraíso al que no alcanzas, es horrible, pero la otra alternativa de que realmente no haya opción…es realmente agobiante, aterradora como para pensar en vivir así, con la conciencia de que la felicidad nunca llegara.

Entonces… una chispa. Una pequeñísima, casi ínfima sensación de calor humano. Una sonrisa, una mirada, una palabra. Una persona que para ante tía. Una conversación intrascendente y sentirte transportada, directamente, a una realidad en la que parezcas materializada de la nada, pof, como en las películas de Star Trek. Una persona que te hace preguntas, con la que conversas. Que demuestra insistencia, interés en tus palabras, en tus gestos, en tus miradas, aunque estén aun impregnadas en la desesperanza, el miedo, la desilusión y el horror vivido pocos minutos antes.  Otra oportunidad de la vida

La ilusión tarda en llegar de nuevo, como un perro apaleado, pero siempre regresa. Al fin y al cabo, solo busca donde debe estar, un hogar aceptable. Como la gasolina, basta una chispa para hacerla prender de nuevo, aunque tarde. Poco a poco tu corazón vuelve a latir, razonablemente confortado. Una palabra de sus labios, una mirada, un te veré que suena más a confirmación que a propuesta. Una promesa de besos en unos labios que se acercaron a los tuyos y se posaron, un segundo más de lo debido, en tu mejilla mientras una mano extraña te coge por la muñeca para dejar impresa por horas  una caricia en tu piel. Otra oportunidad.

La noche cae y despierta el sol anaranjado, aunque es en vano pues ha pasado la luna en vela junto a tus esperanzas. Breves sueños, adormilamientos con una sonrisa en la boca mientras en tu mente bullen ideas, historias, desconcierto, pero sobre todo la ilusión que hincha ahora tu pecho, tu corazón, de nuevo, como la mañana anterior o quizá más, con mas fuerza, con una promesa concreta, fijada en un objetivo real e determinado. En el olor de su piel impreso en tus papilas, y en el grabado a fuego tacto de su mano sobre tu muñeca.

Ilusión de nuevo, revoltosa, alegre, loca, soñadora. Como un amorcillo travieso.

El sol se pone y la hora se aproxima. La hora que ha quedado determinada en tu dia, esperanzado y nervioso, de miradas al espejo, horas de selección entre una maleta descompuesta, y un baño, largo, espumoso, y febril. Oportunidad es la palabra.

Pero la cita ha llegado y no se presenta nadie.

O peor…se presenta por sorpresa la NADA. La desilusión en tus ojos, en tu rostro, en tu alma y en tu corazón, roto, deshinchado, perdido, muerto, VACIO. ¿Otra oportunidad?...


jueves, 2 de febrero de 2012

CONTO DA ISTORIA DE CANDO O DEMO APARECEU EN BAIONA, NAMORADO DUNHA RAPAZA.

O DEMO EN BAIONA


Conta miña nai, que naceu na lonxana terra de Marruecos, e se criou na cidade lonxana de Sevilla, que sendo persoa foránea, unhas das cousas que mais lle chamaron a atención ó chegar a Galicia foron os contos e as lendas. Especialemente aqueles que contan os mais vellos e que sempre comezan coa expresión “nos tempos nos que o Demo andaba solto”.

Dende logo, hay unha longa tradición dise tipo de lendas, onde un demo ou deaño moi humano dá en enredar moi ocorridas falcatruadas, amolando ós veciños dunha paraxe. Iste tipo de historias, coma poiden comprobar na miña experiencia vital, está moi presente en tódala tradición galega, dende A Gudiña ate A Coruña, dende O Rosal ate A Fonsagrada.

Pero eu sempre crin en lendas e istorias míticas coma se contos de nenos se tratase, ate que me pasou o que me pasou. Agora xa non conto que o Demo andivera solto fai moreas de tempo, senón que teño en conta que pode que esté presente no noso día a día.


Contan que en Baiona, hai moito tempo, era común a presenza do Príncipe das Tebras na comarca, xa logo que se encaprichou nunha das mozas de A Percibilleira, un dos barrios tradicionalmente mariñeiros de Baiona, xunto a anterga explanada de Os Tendais, onde as mulleres tendían tanto as roupas coma as redes de pesca dos homes ó calor do sol, para que secaran, sobre a herba e os arbustos.

A rapaza chamábase María e era filla de Xan do Castro, coñecido e temido polo seu carácter seco e duro, ferreiro nado  en Castro de Rei, que casara cunha moza da comarca, e montara unha ferreiría propia, preto da Capela de Santa Liberata. María a do Castro, coma era coñecida, era unha rapaza fermosa e vibrante, de soriso inesgotable e ollos brillantes e ledos. Tiña unha caraterística que a facía moi destacada, o seu cabelo roxo coma o lume, pero sendo o seu pai de fóra dérase como algo mais normal, aínda que daquela se consideraba ós de pelo vermello coma xente cun meigallo, desdecidos de Deus, ou que traugían mala sorte.

O meu padriño Fermín o do Porto sempre me dixo “Afástate das pelirroxas, que sempre traen mala sorte” e aínda que hoxe os tempos son modernos e sobreséense istes agoiros vacuos, o certo é que nunca bo fario me trouxeron as mulleres con ese ton de pelo.

De todas formas, o caso de María a do Castro tiña que ser un caso particular, cunha face chea de pecas pero con fermosura de rostro e de corpo, que nos tempos corridos mantivo a lembranza. Era a tal moza louzana e festeira, que acudía a toda festa que na rexións e celebráranse, bailando todo o tempo.


Daquelas as festas e verbenas eran cousa seria, que cada unha delas atraía á xente de tódalas vilas e aldeas do redor. Xuntábanse as familias nas casas de curmáns e amigos a cenar, e posteriormente, ó redor dunha grande fogueira que sempre presidía a festa, bailábanse e cantábanse as cancións que unha orquestra, mais ou menos modesta segundo as posibilidades da Comisión de festas, facía sonar nun pequeno escenario.

Naqueles tempos xa comenzaran a sonar con forza ritmos tropicais coma bachatas ou cumbias, postas de moda polos indianos, emigrantes que retornaban de países coma Argentina, México ou Venezuela, con cartos dabondo para financiar as festas, e que por tanto soían ter grande influenza na elección dos repertorios.

Unha das festas mais sonadas para a xuventude soía ser as festas da Virxe de Cela, en Baredo, onde as vixiantes da moral non soían presentarse, e os bailes se permitían mais laxos, ate o “agarrado”, pecaminoso segundo os máis conservadores da época. Naquel tempo, existía un grupo de mulleres beatas e miseiras que, prebendadas polo Arcipreste de Baiona, adicábanse a vixiar os lugares públicos para evitar daños á moral cristiana.


Hoxe parécenos cousa de risa, pero daquelas un bico en público, un bañador algo mais escotado, ou un baile de paso-doble agarrado á parexa podía significar a denuncia de “la moral” coma se lles coñecía a aquelas mulleronas que, pasada a anotación á Guardia Municipal, supuña multas de ata tres pesetas, un bo pellizco da época.

Por iso, aqueles que querían tomar o sol algo mais desprovistos de roupa (xa que os traxes de baño unisex moralmente aceptables da época o eran de tirantes, non permitindo ver o nacemento dos brazos, e que coberturaban totalmente o corpo ate os nocellos) ou ir coma moza para tentar actitudes mais agarimosas, fuxían para as rochas de difícil acceso e complexa visibilidade ó redor do castelo. Curiosamente, hoxe mantense isa costume e aínda que moito mais relaxados de moral e costumes, os nudistas e bañistas top less acostuman a tomar os seus baños de sol na mesma zona da costa baionesa, asi coma os namoriscados que buscan intimidade.

O caso é que daquelas, un baile sen presenza de “La Moral” era un acontecemento para os mozos que podían bailar sen amonestacións e controles, falar sen cortapisas cos amigos do sexo contrario sen “carabinas” e mesmo permitíase, ás escondidas do ollar público, roubar algún que outro bico a algunha rapaza que a un lle gostase.

Tendo isa sona das festas, que ate rapazada de Vigo e de A Guardia tomaba o ómnibus de liña para participar nelas, non sendo extrano que se falase que o Demo  se presentase nelas. E era verdade, mais non era o motivo as relaxadas costumes da festividade da Virxe da Cela de Baredo.


A causa real era que o Demo dera en encapricharse da rapaza que falamos antes, María a do Castro. Contaban que o Demo, en forma de raposa vermella, escapárase dos nenos que, en noiteboa, tentaban, coma era tradición nalgunhas partes do monte, capturar ó Demo con trampas cebadas dos froitos chamados érvedos, que polo seu contido etílico embriagan a quen os come. Os rapaces das vilas tentaban capturar ó demo con eles, e aquel ano case pillan a unha raposa roxa, que fuxiu ó ver á rapazada que se lle botaba enriba, pero que quedou fitando á unha rapaciña peliroxa e bonita que no grupo estaba.

Aquel día quedara no olvido de todos menos do demo, xa que logo dende aquel día quedara encaprichado daquela nena, que fóra converténdose nunha rapaciña xeitosa e riseira, cun rostro e cun corpo xeitosos e que tiña ó Demo pendente dela.

Ría sempre María a do castro dos seus pretendentes, xa que logo se presentaba en tódalas festas, e nunca dicía que non á  un baile, pero sempre mantendo a presencia de ánimo para afastar ós mais apalpadores, non parando quieta nen un instante dende o primeiro pasodoble ate a derradeira cumbia. Cando tanto maiores coma namoriscados lle preguntaban con quén bailaba tanto, os fitaba con ollos riseiros e brillantes e por costume tiña contestar “estiven a bailar co demo!”, sen conestar ren.

Aquel ano non era especial, e María non parara nen un segundo de bailar con éste e con aquel, ate que un dos seus namoriscados, Victor, que era tamén da Percibilleira, lle preguntou con quen ía bailar mais aquela noite, celoso do seu resto de parexas de baile. Solta xa do da percibilleira, e cando aínda non rematara de soltar a súa frase, contan que o Demo se presentou diante deles, co seu aspecto de gala: cornos, tridente e aroma a azufre, e logo lle espetou á rapaza “pois bailemos logo toda a noite, se me reclamas”.



A María a do Castro e Víctor, horripilados, fuxiron a fume de carozo mentres que o Demo quedaba doído da súa namoriscada, xa que fuxía del.

Coma todo o mundo sabe, o demo éche ben rencoroso, e non olvidou a afrenta. Buscaba sempre a María para facerlle algún mal, pero a súa nai foi comentarlle o caso ó cura e iste lle indicou que debía estar tres anos bañándose somentes en auga bendecida, cun crucifixo pendurado permanentemente do pescozo, e sempre limpa de pecado. En tres anos, o Demo tería que olvidarse da súa venganza pero ay! se non cumprían o mandado!

Así que a súa nai converteuse na sombra de María, que mudara os seus costumes festeiros por misa cada tres días, e os bailes e vestidos ledos por outros moito mais modestos, acorde co rosario que levaba sempre pendurado do colo. Pasaba un ano e outro mais e o Demo rabiaba xa logo que lle pasaba o tempo sen que poidera devolverlle o feo á rapaza.

Estaban un día a filla e mais a nai recollendo fachos de leña para a cheminea, cando a María se lle desatou un cordón da bota. A nai xa estaba molesta con ela pola súa lentitude e preguicería, xa que a xoven rapaza paraba a cada intre a mirar a frores, a escoitar ós paxaros, e mil e unhas cousas que chamaban a súa atención.


“Irías mais rápiso de fóras unha pedra”, díxolle a nai mentres miraba para as pedras de Bouzas Trigas, que lles quedaban algo embaixo de onde se atopaban. Naquel intre, e a vista da súa nai, decatouse de que o rosario de María descolgábaselle do pescozo, caendo ó chan. E sen pasar nen un segundo, María convertíase en pedra, mentres unha risotada que proviña do interior da terra se escoitaba.

Tal foi a vinganza do Demo sobre a malpocada María a do Castro, convertida en pedra por rexeitar bailar con ela, e aínda pódese subir por Bouzas Trigas, vindo de A Percibilleira, e contemplar ó carón do camiño unha pedra semellante a unha muller agachada, que é o que perdura da pobre rapaza peliroxa.


Tal ía cavilando eu, naquela historia do demo, cando pasando polo mesmo lugar, fitei un raposo vermello mirando para a rocha que contan que foi aquela rapaza, chorando cun son tan humano que estremecía. E que, ó sentirse observado, mudou o seu aspecto a un cabalo coma os que por aló moitos se ven, libres de curro en curro, e marchou a galope do meu fitar.

Eu me voltei raudo á miña casa, e non tiven interese algún en voltar polo lugar, xa que fillo dunha foránea e descrído disas historias, mais vale prevenir que lamentar, ou coma polo mundo enteiro se di:


“Exisitir non existen, pero habelas hailas”

A LENDA DO OURO DOS MORTOS DAS ILLAS ESTELAS

O OURO DOS MORTOS DAS ILLAS ESTELAS

Lembran os máis vellos o conto do fidalgo don Gonzalo de Mendoza. Era tal un vello soldado das guerras de Felipe V, e contaba que loitara en Flandes e Francia, sendo un dos poucos supervivintes da catástrofe de Rocroi, onde as tropas francesas, abraiadas da loita sen cuartel dos xa derrotados tercios españois, liberaron con honras a tódolos supervivintes. Ou iso contaba el, que non eran poucos os malfalados que aseguraban que as duras batallas e viaxes do vello Mendoza, tio avó do xoven Conde de Mendoza, que tiña pazo e terras na vila de Baiona,  as guerreara por vilas e plazas da costa galega, “batallando” de taberna en furancho dende A Guarda ate Vegadeo, en duro combate contra a súa perpetua sede de líquidos tintos e brancos.

 

O caso é que era Don Gonzalo unha figura notable na vila de Baiona, vestindo sempre con pintas extrañas, vestimentas anticuadas e guerreiras, que semellaba o famoso fidalgo das historias Don Quixote. Era de figura seca e alargada, con bigotes revoltos nun mostacho de aspecto fiero e canoso, que xa apenas se vían nos cabaleiros da época, e barbiña de chivo. Tiña un ollar vistoso e superior, que aumentaba a súa impresión de soberbia cuns modais exquisitos rallando o cómico. Coa espada sempre colgada do cinto, e cunha bolsa con mais arañas que reais de vellón, percorría as tabernas da vila, que eran moitas, debendo aquí e alá, e pagando moi de vez en cuando.

Todo o mundo sabía que era un segundón, e que endexamais cobraría nin paga do estado polos seus supostos servizos no exército, nin axuda do seu sobriño que, por honra da súa sangue, o mantiña á sopa boba no pazo dos Mendoza. Pero era un tipo orixinal e curioso, e a parte a súa histriónica presenza facía gracia a parroquianos e veciños, que adoitaban a convidalo ós moitos tragos que levaba entre peito e espalda ó día, polo que ía vivindo mais ben que mal.

O problema para este personaxe se presentou cando, uns anos despois do seu retorno a Baiona, o seu sobriño falleceu nas súas terras en Monterrey, sen deixarlle nin un can, e o herdeiro, un curmán algo afastado de aquelas terras do interior, que nin coñecía nin dera por atender a iste vello e tan lonxano pariente que consumía da súa facenda baionesa. Na súa curta estadía na real vila, dado que o novo amo da casa dos Mendoza, de nome Don Javier de Santos, era natural e vivía no seu pazo en Verín, deu orde de desaloxar ó parásito do seu medio tío, e de non atender ás súas peticións de axuda.

 

 

Por tanto, atopouse o fidalgo na rúa, con mais débedas que cartos no seu haber, e sen mais facenda que as súas roupas remendadas decenas de veces, a súa espada toledana, e mais uns bocadillos que Begoña, a ama de chaves do Pazo dos Mendoza en Baiona, que o quería ben, lle fixera con agarimo ó vello ás escondidas do novo amo.

Malviviu o fidalgo nas rúas de Baiona, dando “sablazos” a coñecidos, asumindo mais débedas das que podía pagar (que era res, xa que estaba sen branca) e atopándose en problemas logo dun tempo xa que, sen cartos e fartos os seus veciños e coñecidos de facerlle favores, coñeceu Don Gonzalo a súa triste realidade de que se atopaba sen patria nin amigos reais, e mais que xa a súa verdade era ser un vello inútil, incapaz de gañarse o pan, e sen familia á que acudir.

Pero era o vello fidalgo home de boas entenderas e grande inxenio, que sabedor do cariño que, aínda así, espertara nos veciños baioneses, que deu en maxinar unha historia incrible para desfacerse das súas débedas e, alo menos, quedar a pre para tratar de comezar de cero na súa estadía na vila.

 

Por tanto, comezou Don Gonzalo a finxir malestar e enfermidades que os seus paisanos e camaradas de bar non creron ate que comezou a rexeitar invitacións e viños nas tabernas, de forma que todolos que o coñecían, abraiados, pensaron que de súpeto podía en realidade tratarse dunha enfermidade grave. Adobiaba ista impresión Don Gonzalo con amplios aspaventos no tuser e no cuspir cargado, e mais cuns afeites e pinturas que lle daban a imaxe dun morto en vida, andando polas estreitas rúas de Baiona.

Así, e con iste bagaxe, deu en finxir a súa propia morte, facéndose o dormido na porta do Pazo dos Mendoza. Atopárono na rúa os criados da casa e polo agarimo que elle tiñan, rogáronlle ó novo amo que atendese a darlle santa sepultura, xa logo que era seu parente e honra da súa familia, ó que o xoven Don Javier aceptou.

Desta volta se correra o rumor de que o vello fidalgo morrera, e moitos pasaban polo cuarto que facía as veces de velorio, chorando, e os mais dos seus acreedores e amigos, chamando por el e clamando ó ceo que lle perdonaban tódalas débedas que con eles contraera en vida.

 

 

Por tanto, ían pasando un tras outro por diante do cadaleito e o vello, semellando estar finado, ouvía e acordaba xa non ter apenas débedas, e matinava a forma de escapar da trampa. Deu, pois, en durmir de día e levantarse de noite para, ás agachadas, roubar comida na cociña da casa e seguer a maquillarse, cada vez de forma mais demacrada, xa que naqueles tempos un velorio dunha casa de altura podía durar semanas. Botou ademais, unto e graxa no cadaleito, de tal forma que coa calor comezara a cheirar a podre, e ninguñen dubidaba a morte do infanzón.

Pero o médico, abraiado pola tipoloxía de cheiro que ali ulira, xa que visitara o velorio de recente, deu en alarmar ós veciños de que a morte do vello pudiera producirse por unha enfermedade extrana (e amais acrecentado polo comportamento do vello na súa finxida agonía) e por tanto, alertado o gobernador da vila, deu en ordenar que levasen o cadáver en cuarentena ás Illas Estelas, onde o deixarían para que morreran os vacilos e bacterias, para logo recoller os restos e soterralos en sagrado.

Isto agradaba ó fidalgo xa que logo tiña preparados uns ósos de can, que logo deixaría no illote cando o foran a recoller, pensando todo o mundo que ratas e gaivotas remataran a aniquilación do seu corpo, quedando uns ósos limpos do seu esquelete.

 

 

Pero un dos seus acreedores, o Xacobe da familia dos penedos, un home grande e forte, pero moi curto de maxín, e que rexentaba un das tabernas da porta da vila, xunto da fonte de Zeta, rexeitaba perdoar da débeda ó finado, cobizoso e desconfiado coma era, e teimaba en cobrala, clamando a tódo aquel que se presentaba no seu local que ía cobrar o seu real de a ocho que se lle debía (a moneda de ouro en uso na época) en vida ou en morte.

Así, sospeitando de que Don Gonzalo finxira a súa propia morte, presentouse no Pazo dos Mendoza, e cun alfiler deu en pinchar o falso cadáver do vello, que non poido evitar un respingo no momento, e que somentes apreciou o Xacobe. Iste comezou a berrar e a mover o corpo supostamente finado (que seguía lánguido por mor da excelente interpretación do infanzón) berrando que estaba vivo e que lle devolvera o seu real. Parárono tódolos presentes, alporizados, e sen crer nada do que o home dicía, pensando que era loucura e avaricia, e botándolle en cara a súa ousadía de non deixar reposar nin ós finados, que xa polo cheiro insoportable se comprendía que descompoñéndose estaba o cadáver do seu deudor.

Pero o Xacobe non perdeu a idea de que todo era un timo de Don Gonzalo, e perduraba na súa obstinación, que a todos compría como loucura. Levaron todos, enton, o corpo do morto á illa máis lonxana das Estelas, a que chaman “illa de Auga” e fixeron alí unha moi comprida misa con fermósos cánticos das voces dos mariñeiros que se aprestaran voluntarios como coro sacro ó enterramento do seu compadre de tabernas, e un altar pequeño feito de tablons que alí arranxou Manoel o carpinteiro do Burgo, home moi mañoso e compañeiro de tute de Don Gonzalo, feito con restos de madeira que alí se atoparon xunto con moitos ósos, xa que facía anos deixáranse moitos corpos de finados alí, por culpa dunha peste que asolou a comarca, e polo que se vía os familiares non retornaran para os buscar. 

 

Decidiron tralos oficilios, deixar a cuberto baixo do pequeño altar provisional os osos esparexidos dos finados, como mostra de respecto, e deixar a descuberto no cadaleito a Don Gonzalo, xa que contaban ilo recoller pasadas unhas semanas. Nise pequeño altar, xunto coas moreas de ósos e calaveras de decenas de finados, se agachou o Xacobe, agradando pola noite para ver se realmente se movía ou non o moroso Don Gonzalo.

Pero cuadrou que un grupo de piratas e contrabandistas, os chamados “os oito de Santa Cristina” pois naquela igrexa de sabaríz se refuxiaran unha sonada ocasión a sagrado, fuxindo do alguacil da vila, viñan de dar un golpe contra unha nao comerciante debandeira inglesa, que se achegara demasiado ás illas Cíes, onde tiñan un dos seus fondeaderos os corsarios, e co seu botín tomaron rumbo a Sabariz. Pero chegando ás Estelas, pensaron que sería máis cómodo repartir alí o botín, que era inmenso en reais de ouro, e non nunha taberna á vista de ollos e línguas faladeiras.

Por iso arribaron coa noite pechada á Illa de Auga das Estelas, co seu cofre cheo de moedas, para repartilo entre os oito piratas, mais tres grumetes que naquel golpe levaran. Coñecían a historia de Don Gonzalo, con sona en toda a vila, polo que non se asustaron de ver alí dispostos o altar, o cadaleito e mais a morea enorme de osos, e comezaron a contar as moedas, das que dron en pocuo mais de mil reales de a oito, unha verdadeira fortuna na época.

 

 

Tanto Don Gonzalo coma o Xacobe, ouvindo e entendendo o que acontecía a poucos metros deles, pero sen conciencia un do outro, non ousaban nin moverse, xa logo que se podían xogar a vida contra un grupo de malfeitores con tan poucos escrúpulos.

Comezaron a facer o reparto cando o xefe da tropa, o patrón Luís Pacheco, natural de Vilameán, home desconfiado onde os houbera, deu en mirar para o cadaleito, e quizábeis porque vira algún movemento sospeitoso, ou tal vez por propia desconfianza, o caso é que mandou a un dos grumetes clavar un coitelo no peito do morto, aínda que fóra por seguridade do seu pasamento. Trataron de convencelo o resto dos piratas, que coma ata os peores rufiáns da época, todo eran católicos e temerosos da relixión verdadeira, ademáis de supersticiosos en extremo, coma bós mariñeiros, pero foi en vano e o Pacheco impúxose á tripulación.

Viu achegarse Don Gonzalo, a escuras o trémulo facho alumeante que cunha man trauguía o pirata, namentres que na outra portaba un coitelo afiado que chamaba pola sangue do seu corpo, cando aterrado saltou do cadaleito berrando coma un poseso e gritando “ a mi los muertos!!!”

Co susto o pirata caeu de cú, e botou a berrar, chamando a atención do resto dos piratas que, abraiados e a media luz, vían coma un morto se levantaba do cadaleito, berrando tal coma un ser doutro mundo espertado no Apocalipse.

O Xaquín, que viu o que sucedía, e temendo tamén pola súa vida, tamén comezou a berrar e ó levantarse, chimpou todos os ósos e calaveras, lanzándoos contra os piratas que, aterrados, vían coma as calaveras i esqueletes se levantaban  do seu reposo eterno e comezaban a escoitar berros estridentes de todas as partes do illote. Aterrados e en franco desorden polo balbordo que elos mesmos esaxeraban, embarcaron raudos na súa nave e fuxiron rápidamente, temendo que seica a blasfemia do seu xefe dera en levantar por fé de Cristo os mortos do seu reposo para acabar coas súas vidas, deixando o ouro do botín apañado atrás.

Calmados logo de ver fuxir ós piratas, o Xaquín e Don Gonzalo se aledaron da común compaña, e rindo fóron ver o que, abraiantemente, deixaran atrás os piratas: unha fortuna en reais de ouro. Logo deron en repartilo a partes iguais, contando moeda a moeda, se fóra menester, e facendo as contas xustas, xa logo que o número de pezas de ouro era par.

 

 

Pero feito o reparto, o Xaquín non perdonara a débeda do moroso don Gonzalo, e deu en reclamarlle a cantidade en disputa: un real de a oito de ouro. Don Gonzalo, abraiado da cortura de mente do paisano, non daba creto á súa reivindicación, e comenzaron a berrar e discutir entre eles, un berrando polo seu real de a oito, e outro chamándolle burro e rácano. Así, entre moito balbordo deron en chegar as maos, comenzándo a botarse á cabeza os restos dos ósos que alí se mantiñan.

Pero en terra non quedara conforme o Pacheco quen, rumiando, deu en pensar que quizábeis non fóra tal o conto dos mortos, e ideou voltar á illa él só, xa que a súa tripulación o abandonara nada mais pór o pé en porto. Así, na escuridade, remou ate as Estelas. Sen lus a bordo, fixo esforzo por escoitar ó aproximarse, e aguzando o oído escoitaba voces que rifaban mentres que unha voz mais forte gritaba “quero o meu real de a ocho, é o que me toca, quero o meu real!” e deu en distinguir algunha tibia e mais de unha calavera voando de un lado ó outro do illote.

 Sabedor de que deixaran na illa algo mais de mil reais, retrucou, “carallo, se sómente tocan a un real por morto, e aínda teñen que pelexar por eles, moitos son para min solo” e botou a remar de volta, temeroso de que os mil mortos se lle botaran ás costas.

Así rematou a historia do ouro dos mortos das Illas Estelas, o Pacheco, enmudecido polo susto endexamais voltou a decir res, e somentes queda na memoria que se arrepentiu dos seus pecados, e se voltou home piadoso, recordado durante décadas coma o mellor sancristán da Colexiata de Baiona, onde axudaba a oficiar dúas e tres veces ó día, inseparable do párroco e do Arcipreste da vila.

Don Gonzalo non só deu en voltar coma rico, que todos pensaron que voltara de entre os mortos roubando o ouro do Inferno. E él non lles quitou isa ilusión, contando con sorna nas tabernas que lle xogara ós naipes a Belcebú os seus tesouros, contra a súa alma, e tantas trampas fixera que lle gañara ó mesmo Demo ambalas dúas, saindo mellor do que entrara nos Avernos.

 

 

Fíxose tamén o Don Xaquín co pazo dos Mendoza, mercado ó seu sobrín, e casou coa ama de chaves da casa, Begoña, a única que na súa desventura apiadárase co seu bon corazón do seu adverso fado. Ademáis foi inseparable de Xaquín, o taberneiro que logo da aventura contan que, temeroso de que lle roubaran o ouro, soterrouno polos montes das Fontes de Bahíña, e que un día, cun golpe na cabeza na taberna, esquenceu o lugar onde o soterrara, pasando ate o fin dos seus días coma tolo, facendo buratos cun pico e cunha pala polos montes de Baiona, buscando un ouro que xamáis o fixo rico, tan curto de maxín coma era, e plo que chorou ate a última das súas horas de vida.

Das Illas Estelas, os piratas que quedaron dos “Oito de Santa Cristina” contaron, a todos os que quixeron oír, que deixaran alí un grande tesouro, pero que os mortos o recolleran e custodiaban, dando enfurecida e horripilante morte ós que por alí se aproximaran a por él, es así se mantivo nas lendas da xente ate o día de hoxe, sen coñecer o real relato do que alí aconteceu naqueles días.

 

 

 

martes, 24 de enero de 2012

A historia (que non lenda) do Pozo da Aguada e do soterramento dos indios na explanada de Santa Liberata de Baiona

As pantasmas da Colexiata  (Unha de indios)


De pequeño sempre me caeron ben, aínda que foran os malos. Era moito andar, ate Ramaiosa, para ir ver un filme, que case tirábamos dúas horas dir e denoutras dúas en voltar a casa, mais merecía a pena ir os amigos xuntos en pandilla a ver unha película ó Cine Imperial, e o camiño entre troulas e festas facíalo con gusto aínda que pola noite te doeran os pés. Agora as peregrinaciós os domingos pola tardiña a Ramaiosa tamén segén sendo cousa de rapazada, pero para outros menesteres.

Eu gostaba moito das películas de vaqueiros, non cho nego. John Wayne, os sheriff, o saloon… son cousas que agora cáseque vos sonan a chino ós nenos, pero daquelas era o que mais nos gostaba. Non había palomitas, senon que levabamos un bocadillo, os que menos, ou unha peza de froita, os que mais, para comer no cine.

E a min sempre me caeron ben os indios, aqueles cheos de pluma e pintados, que cantaban pola noite a ouvidos coma os lobos de Chan da Lagoa, e bailaban perante a fogueira. Nas películas eran os malos, pero eu sempre os vía como bravos e valentes.

Dígocho para que me creas que non minto nin conto cousa mentira, que ó contrario sempre sabes que me gusta ir coa verdade por diante. Pero o que eu vin non era cousa do demo sinón do ceo, a pesaren de ser na igrexa, e eu ben sei o que miraron estes ollos meus.



Á volta das indias recén descubertas, o Almirante Colón decidira voltar con dúas das tres carabelas, xa que a maior, a Santa María, non puidera ser reparada aló. A Niña, por ser a máis pequena, non podia ter moita carga, e por iso ós indios que apresaran nas illas, levábanos na adega da carabela, namentres que na Niña viaxaba o almirante cuns poucos mariñeiros.



En chegando ás Azores, un temporal enorme asolou ás carabelas de volta, que se perderon de vista. Seica, coma di a historia, Colón decidiu poñer rumbo a Lisboa, terra que lle era coñecida xa que logo el residira na Illa de Madeira. O capitán da Pinta, Martín Alonso de Pinzón, tirou para o norte, xa que coñecía o terreo por ser os irmaos galegos, e arribou no porto de Baiona que era, por aquel entonces, un dos máis importantes e seguros de todo o reino de  Castela, xunto co de A Coruña.



Chegados a Baiona, e sen que houbera novas de Cristovo Colón, o capital decidiu desembarcar e dar a nova do descubrimento pola vila e polo reino, mandando mensaxe ós Reis católicos a Barcelona por mensaxeiros nos mais raudos corceles, namentres os mariñeiros se lavaban, aseaban, e comían na ribeira do castelo.

Seica o pánico foi importante na vila cando se achegaron ó pozo da Ribeira a tomar auga uns homes e mulleres casi espidos, con plumas na cabeza e pinturas no corpo. Coa pel nin branca nin negra. E sen embargo, con xoias de ouro brillante que envexaría calqueira dama da corte. Nin falaban nin entendían cristiana fala, e contaban os mariñeiros que eran xente doutro mundo, onde vivian como Eva e Adan no parayso.

Contaban os mariñeiros que naquelas terras todo o mundo vai espido xa que non existe o frio, e que non é preciso traballar, xa que somentes alzando unha man un ten froitas e comida en abundancia. Que a vida alí só e pracer e lecer, e falaban de animais incribles, comidas sorprendentes, e de xentes e cidades fantásticas.

Mentres, os curas arreciados esixían falar deles como animais, xa que non podían ser persoas unhas criaturas tan extranas, e mais herexes ou infieis, xa que, contaban os mariñeiros, adoraban a multitude de deuses pagans. O prior da Inquisición mesmo quixo recoñecer ós indios para prenderlles lume, pero Pinzon, valente, púxolle o seu ferro na gorxa e xurou que o atravesaría se ousaba tocar ós seus prisioneiros, que somentes eran propiedade de Dona Isabel de Castela.



Arrepiadoss pola furia do capitán, o clero fuxiu asustado, pero non si os do pueblo que puxábamos por tocar, ouvir e ver a eses  indios.

Contan que xa entonces, os indios non dormían nas casas, senon que pediron, e foilles concedida, a gracia de durmir nunca especie de casetas feitas con peles por eles no patio da casa do comendador, onde se aloxaba o capitán. E que moitas veces facían extraños ritos, e cantaban curiosas canciós, que os baioneses escoitábamos e víamos, saltando por riba das tapias da Casa de Zeta, con admiración e non sen un pouco de temor.

Contan algúns que os indios chegaban a entendemento cos baioneses, namentres se esperaba a volta da mensaxe da raíña. Que algún baionés, coma o comandante da guarda Andrés Pintado, aprendeu a botar fume cunha pipa dos indios, e que ó igual que foron quen de aprenderlle ós indios algunhas verbas e canciós da nosa terra, os indios comezaran a ensinar, especialmente ós rapaces, verbas e canciós dese Novo Mundo que xa comezaban a chamar as Indias, Bombay e Catay.



Un día, unha das mulleres púxose enferma. Tiña febres, tusía e ás veces cuspía cargado. Un simple constipado, dixeron as vellas, e refutaron os galenos da vila. Pero a súor empapaba a muller, e o seu home pronto enfermou, pode que contagiado por ela. Ninguén temía por eles, pois ¿cántas veces enfermara un baionés, sen mayores consecuencias que uns días feble na cama?. Pero un día Baiona espertou coa nova de que a parexa morrera de socate, e que outros tres indios estaban enfermos.

Seica toda a vila se volvou con eles. As mulleres cuidábamos por turnos e os rapaces achegábanse ás veces ó hospital da Trinidade, onde movían ós enfermos, para cantarles as canciós que eles mesmos aprenderan daqueles indios de pel escura. A visita dos reis prodúxose, ó fin, pero xa so viron ós poucos que quedaban sen coller a gripe. Pouco a pouco foron morrendo todos, ate que non quedou ningún.

Ó primeiro, coa morte da primeira parella, os curas insistiron en soterralos no monte, onde as pedras altas de Bouzas Trigas (alá onde agora está a Virxe da Rocha), xa que non podían ser soterrados en Campo Santo, ó non seren crisitáns.



Enfurecido o Pinzón, correu a cabalo a tui, onde tivo a dispensa do bispo para soterralos no cemiterio, “coma persoas e non coma animais”. Pero os cregos negáronse, e ó final o Arcipreste de Baiona accedeu a duras penas a soterralos nunca explanada que existía preto da colexiata que se estaba construíndo, onde agora está o Vía Crucis.

Xúrocho por Deus, meu, que sabes que eu nunca mentín. Cando baixaba de casa da miña Moza, que sabes que vive aló pola Santísima, que pasando de canto polo campo da Colexiata vinos, coma nas películas, cunha fogueira cantando e bailando ó derredor dela, coas prumas e as pinturas no corpo. E falaban en galego. E mixturaban as canciós da súa terra con cancións das nosas. E falaban que lles daba tristura non poder viviren eternamente nan terra que lles veu nacer, pero que alomenos estaban na terra dunha xente que os traou e coidou con tanto agarimo.

Xúroche por Dios que nunca volverei ver ós indios coma os malos das películas…

NOTA DEL AUTOR:

LA HISTORIA MÁS REAL DE LAS QUE PUEDA CONTAR, LA DE LOS PRIMEROS INDIOS AMERICANOS QUE EUROPA CONOCIO, QUE SE AGUARON EN EL POZO DE LA RIBEIRA, Y CUYOS RESTOS ESTAN ENTERRADOS EN CRISTIANA SEPULTURA EN LOS ALREDEDORES DE LA EXCOLEGIATA DE MARIA SANTISIMA. RESPETA SU DESCANSO, PORQUE CUENTAN QUE NO GUSTAN DE QUE SE  FALTE AL RESPETO A SU MEMORIA EN SU REPOSO SAGRADO Y ETERNO.