martes, 18 de enero de 2011

Cafe Argentino

Café argentino

Saben?. UNa amiga mía, que se llama Fabiola, me ha recomendado escribir algo más cuando estoy alegre, y no siempre cuando mi ánimo decae y estoy por clavarme un cuchillo por las venzas, zas zas, en plan Hara Kiri. Y como hoy no es mal día, y nunca es tarde para comenzar, a ello voy.
 
No sé sus costumbres mañaneras. Las mías, desde que trabajo, pasan inevitablemente por tomar un café a primera hora en alguna de las cafeterías próximas a la oficina. A Fonsagrada es muy prólija en vacas -que no vienen al caso- y cafeterías, por lo que la labor no resulta difícil. Existe el Café Avenida, cuya camarera, una mulata dominicana, guapetona y simpática, tiene la costumbre de poner la cumbia (o el reggeton, o vaya usted a saber qué melodías tropicales) a todo trapo desde las siete de la mañana y te pone el café a ritmo de salsa y bachata, que sinceramente sabe mejor. O el café de Ángeles, que siempre tiene una tortilla de patata reciente y sabrosa, para acompañar la consumisión. O el café Demetrio, serio, moderno y con camareros -dos hermanos simétricos- atentos y profesionales.
 
Pero si he de ser sincero, y aquí creo que lo debo ser, por eso de que este es mi blog y qué tontería es mentirles a ustedes, de todos estos y muchos otros que existen, uno de mis preferidos es un café chiquito y casi oculto en una callejuela próxima al banco. Se trata de una cafetería de dos plantas (por eso de que debió vivir mejores tiempos) y algo destartalada, regentada por un matrimonio de señores argentinos muy mayores: Pepe y María.
 
La estampa es habitual, y no por ello deja de sorprenderme cada mañana. La clientela debe ser escasa, o al menos nula en los momentos en los que voy yo alli, ya que siempre la barra está vacía. El matrimonio desayuna en una mesa en la planta superior (jamás en la barra, extremo este hasta el límite de la falta de respeto en que incurren muchos camareros por estos lares), cuando suelo llegar. Siempre me suele atender María, bajita, rellenita, siempre siempre risueña, que me trata de vos y cuando me pone el café las acompaña de magdalenas, que vigila que me coma, como si fuera mi abuela. A María la conozco más, ya que hemos coincidido por la calle algunas mañanas. Ella va al gimnasio a hacer aerobic para la tercera edad,  o como coño se llame eso, o tai-chi o actividades de estas que la conservan fresca y con muy buena planta a pesar de su avanzada edad. Y quizá ayuden a que ella tenga esa sonrisa siempre en la cara, y esos ojillos traviesos y pequeños que parecen estar siempre brillando.
 
La mayor parte de las veces, cuando llego, la prensa aún no esta comprada y María, siempre solícita, va al kiosko de la esquina a comprarme el Progreso de Lugo para que acompañe mi café con leche con las noticias de la mañana, mientras doy buena cuenta de las magdalenas famosas. En esos casos, Pepe baja a la barra y comparte conmigo algunas conversaciones sobre el tiempo o sobre su salud -que no es tan buena como le gustaría- mientras busca, maldita tecnologia masculla, con el mando de la TDT algo de fútbol; que como a todos los argentinos que conozco es lo que les apasiona. Así, con el sonido de fondo de algun partido de la Premier League inglesa en diferido, que es lo que suelen poner por las mañanas, es como suelo pasar mi primer café del día.
 
Obviamente no les tengo aquí, folio o blog en mano, para comentar la crónica del blackburn Rovers - chelsea del sábado. Mientras desayuno, a veces, les observo entre artículo y artículo del diario. La mayor parte de las veces María regaña a Pepe, y son las únicas veces que la veo sin sonreir. Pepe, viejo, tomáte las pastillas (así, con acento en la é, puro deje rioplatense). No juegues con eso. Dice, solícita. Y Pepe, que es un poco cachondo y un poco sinverguenza, pero que en el fondo sabe que tiene razon, la hace rabiar un poco mientras me guiña un ojo. Pero vieja, ya estoy bien, no me apetecen, o algo por el estilo.
 
Y muchas veces veo como María, que sabe a ciencia cierta (como saben todas las mujeres, que les vamos a hacer caso, sí o si, ya sea nuestra esposa, novia, madre o abuela) que va a ganar esta batalla, coge del cuello de la camisa a Pepe y se lo arregla con dulzura y paciencia mientras Pepe, obediente, coge el vaso de agua y se zampa las pastillas, clop clop, una tras otra y sin protestar.
 
Entonces es cuando Pienso -y envidio- a mi amigo Pepe. Porque al final todo se resume en eso, en mi amigo Pepe. Cuando era joven le llamaban José y era, lo sé porque lo vi en las fotos que tiene en el bar, en alguna de las paredes desconchadas, un joven guapo y espigado, con el pelo negro muy engominado y que según reza un trofeo que tiene encima de la maquina del café, fue el mejor bailarin del tango en Rosario en el 64. Y que cuando era un José joven, delgado, guapo, quizá canalla y simpático, derretiría a las mujeres con su acento y su sonrisa blanquísima, y, casualidades de la vida, se fue a emparejar con María, una niña bajita y mona que sin embargo no relumbraba como su flamente novio porteño. Y aunque mujeres le sobraban, quiero pensar que la escogió a ella, aunque no fuera una mujer imponente, de escándalo,  como aquellas con las que sale bailando en los concursos de tango y en que se muestra orgulloso, imperterrito, ante hembras de quitar el hipo abrazadas a su cuerpo serrano. Quizá por sus ojillos pequeños y risueños, quizá por su boca generosa de labios finos, siempre con la sonrisa en sus labios. Por lo que sea, pero el gran Valentino que era él la escogio a ella.
 
Y hoy…qué quieren que les diga. Pepe hoy resulta un tipo desgarbado, un acianito cascado pero simpático alto, calvo y tripudo. Y ahora es ella, María, la que a su lado resulta impresionante. Una mujer de bandera para su edad, con energia para ir al aerobic por las noches y toda la ternura del mundo para decirle a Pepe cada mañana que se tome las pastillas. Con tanto amor como para reirle las gracias y para limpiarle con afecto la pechera cuando, por los temblores de su muñeca cascada del parquinson, se mancha de café la camiseta. Para mirarlo con amor cuando coge sus gafas y se pone a leer el diario en una mesa del fondo de esa vieja y destartalada cafetería que les dio de comer cuando, esto me lo ha contado el viejo, entre cafe y cafe, vinieron de Argentina con unos pocos pesos y toda la ilusión del mundo a montar un negocio, agotado en el Nuevo Mundo la suerte, la plata, y las esperanzas que se fueron consumiento entre Perones y Kischners. Y que, ahora a punto de jubilarse, les entristece dejar desmoronarse ese sueño destartalado, y por ello apuran los últimos meses de negocio.
 
Y yo me quedo con María, con su ternura para con Pepe. Con  sus gestos de complicidad y amor. Con las miradas que ella le dirige a el. Y los cuidados. Y el cariño. Y maldita sea mi estampa, porque viendolos me pregunto sialguna vez me querrá alguien a mi tanto como para decirme viejo tómate las pastillas, mientras me limpia de la camiseta la enésima mancha del café con leche que derramé, torpe y enfermo. Y yo, que ni bailo el tango, ni soy moreno alto ni guapo, y de canalla lo justo. Y maldigo lo mal repartido que esta el mundo, aunque en el fondo me enternezca y me alegre por Pepe y por María.
 
Y por eso, por las mañanas, les rindo mi tributo sincero tomándome en respetuoso silencio mi desayuno, mientras las horas pasan en contra del viejo Café Argentino, pero a favor de ese amor que ojalá no se acabe nunca…

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